La procrastinación es mala, muy mala, todos lo sabemos, pero tiene su lado positivo: la de descubrimientos absurdos que uno hace. Campbell, mientras navegaba por las redes en vez de contestar a sus 2364 emails pendientes, descubrió algo tan inaudito, extraño y maravilloso que no le quedó más remedio que compartirlo con Cotrina.
Una pareja aprovecha la cuarentena para construir una galería de arte para sus jerbos
Con paciencia, método y una pizca de ingenio, Filippo Lorenzin, restaurador, y su pareja, la artista Marianna Benneti, han preparado un pequeño museo para sus mascotas. Los roedores están encantados, aunque hay que reconocer que son algo incívicos. Nos da la impresión de que les apetece más roer cosas que disfrutar de las obras de arte. En este vídeo tenemos las pruebas.
El descubrimiento del museo de roedores nos llevó a pensar en otros museos muy extraños, maravillosos y pintorescos, y hemos hecho un listado de los que más nos han… ¿desconcertado?
1. Un museo que es la polla*
El Museo de los Penes (Reykjavik, Islandia) es conocido también como «la faloteca», aunque sospechamos que los socios no se pueden llevar falos en préstamo; sería raro… y poco higiénico.

Fundado en 1997, el museo tiene la mayor colección de penes de mamíferos del mundo, entre ellos uno gigantesco de cachalote. Eso ya de por sí es bastante llamativo, pero no es lo que más nos ha interesado del tema, no.
Si curioseáis en la sección de especímenes de la página oficial, podéis ver que tienen una gran cantidad de «partes» curiosas, como, por ejemplo, los testículos encogidos del infame gato que entraba y escarbaba en el cementerio de Thingmuli, en el este de Islandia, para comerse los cadáveres durante la primera mitad del siglo XIX. Según se comenta, las miradas de este gato resultaban fatales para todo ser vivo.
Eso —sí, eso— es lo que más nos ha interesado del tema.
2. Un museo muy precavido
Hablemos del Museo de los Preservativos (Tailandia) No, no hemos podido evitar poner uno detrás de otro. Y os habéis librado de que, por cuestión de espacio, tiempo y vagancia, hemos tenido que dejar fuera de nuestra lista el museo del orinal de Ciudad Rodrigo. En el fondo, somos unos niños chicos.

Resulta que Tailandia es una de las mayores productoras de preservativos del mundo y quizá por eso abrió en el 2010 este curioso museo, donde el preservativo es el rey. El visitante tendrá la oportunidad de contemplar condones de todo tipo, de distintas épocas, sabores, formas y lugares del mundo, así como ver el proceso de testeo de los mismos.
Por lo visto, las paredes del museo están llenas de lemas graciosetes en plan: «Don’t be silly, cover that willy» («No seas tontito, cúbrete ese pito»), «Slip it on before you slip it in» («Colócate un condón antes de colocarla dentro») y «Smart girls carry condoms («Las chicas listas llevan condones»).
3. Un museo bestial
El Museo de Criaturas Monstruosas (Japón) no podía faltar en nuestra lista. Hajime Emoto es su fundador y también es el creador de la mayor parte de criaturas expuestas (algunas son reales, pero la mayoría salen de su maravillosa y extraña imaginación). Os invitamos a hacer un recorrido virtual por el mismo. ¡Es fascinante!

4. Un museo para todo lo que los demás museos rechazan
El Museo del Arte Malo (Boston) es tal vez nuestro favorito de la lista de museos muy extraños.
¿Se puede considerar arte al mal arte? Quizá sí, pasado cierto nivel, al igual que esas películas de serie B que se convirtieron, con el tiempo, en obras de culto. O al menos eso es lo que piensan en el MOBA, donde podemos ver obras que son tan terribles que necesitan ser compartidas con el mundo.

Todo comenzó en 1993, cuando uno de los fundadores del museo, el anticuario Scott Wilson, encontró en la basura el cuadro Lucy in the Field with Flowers. Su idea original era quedarse solo con el marco, pero acabó tan fascinado por la horripilante belleza del lienzo que comenzó a coleccionar aberraciones.
Ladrones con muy mal gusto
Aunque os resulte difícil de creer, el museo ha sufrido varios robos a lo largo de su historia. Tanto es así, que se vio en la necesidad de proteger sus obras con una cámara de seguridad (falsa). Una de las obras sustraídas fue Eileen, de R. Angelo, pieza clave en la colección, y la dirección ofreció la recompensa estratosférica de 6,50 dólares (sí, habéis leído bien) a quien la devolviera.
Al final la obra fue devuelta, diez años después, pero nadie cobró la recompensa. Lo que prueba, una vez más, que el arte muy muy malo puede ser gracioso para poner en un museo y visitarlo un rato, pero nadie quiere verlo todos los días colgado en la pared de su comedor.
*En un alarde de contención, Cotrina evitó señalar que este museo es la polla, porque es gente educada que huye de los chistes zafios y los juegos de palabras facilones. Por desgracia, Campbell, quien editó este artículo, no tiene su mismo sentido del decoro.
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