Richard Bachman y el problema de escribir demasiado

Me encantaría tener el problema de escribir demasiado.

Normalmente los que escribimos tenemos el problema contrario: necesitamos escribir más. Hay fechas de entrega, hay que publicar con frecuencia para ser visible, hay días en los que las palabras parecen negarse a salir… hay días en los que solo ponerse a juntar palabras parece un reto indescifrable.

Escribir de más no es un problema cuando no te conoce nadie. Es algo que parece ocurrir sobre todo al principio de nuestras carreras. Nos encanta escribir porque aún no nos han atacado las inseguridades, las expectativas. Todavía no estamos paralizados por el conocimiento de todo lo que nos falta por aprender para escribir medio bien. Soltamos palabras y palabras, y da igual si van para el cajón: tarde o temprano encontraremos algún modo de publicar (mejor tarde que temprano, claro, pero eso que se lo digan a mi yo de quince años soltando novelas sobre el papel como si le fuera la vida en ello, convencida de estar escribiendo la próxima Gran Novela Universal).

Pero cuando eres un autor superventas, escribir de más sí puede ser un problema, sobre todo en la industria editorial tradicional.

Escribir de más y el dilema de la saturación

¿Por qué ocurre esto? Suele haber cierta precaución respecto a la saturación. Esto tiene su sentido. Dividir esfuerzos no es buena idea en lo que se refiere a promocionar a un autor. Si te gusta el trabajo de un escritor y este saca dos libros a la vez (o en periodos cercanos de tiempo), probablemente elijas comprar uno de esos libros y te olvides del otro. Sin embargo, si esos dos libros se lanzan con una diferencia de un año entre ellos, seguramente te compres los dos.

El gasto es el mismo y las horas que invertirás en su lectura serán las mismas, pero el cerebro humano (y lo que tenemos en un momento dado en la cartera) tiene sus sesgos. La excepción está en los superfans, por supuesto (que se comprarían cualquier cosa que sacara su ídolo, razón por la cual existen las ediciones de lujo, los boxsets redundantes o los casetes dobles del Kid A Mnesia).

Hay otra excepción: los consumidores de literatura rápida.

Zampar libros como si no hubiera un mañana: el gusto pulp

No todo en este mundo está escrito para cambiar nuestra percepción existencial. Hay mucho que se crea para un consumo veloz y gustoso: el pop machacón, las hamburguesas del McDonald’s y algunos libros más… pulp.

Aunque hoy en día no asociaríamos a un autor como Stephen King con pulp (o por lo menos no al Stephen King de Las cuatro estaciones, Apocalipsis, Misery o It), lo cierto es que durante una época pasada había mucho terror que se consumía como quien devora thrillers de colorea-por-números o romances de señores ricos con jovenzuelas virginales de clase obrera. Era este terror pulp un terror rápido, lleno de emoción, intriga y sobresalto (y, sí, sexo). No es que ahora no haya, pero su boom fue, probablemente en los 70 y 80 del mundo angloparlante (el primer Barker, los libros de James Herbert y de Dean Koontz son un buen ejemplo). Incluso el propio King se descubrió soltando novelas más ligeras, novelas que sabía que podrían consumirse sin problema de sobrecarga.

Sus editores, no obstante, no estaban de acuerdo. ¡No podían cansar al mercado con tanto King! A Stephen esto le parecía una chorrada (las carteleras estaban llenas de sus películas y sus libros vendían mejor que nunca), así que nació Richard Bachman.

¿Talento o suerte?

King ha dicho también que Bachman era una manera de encontrarle sentido a su carrera literaria y descubrir si su éxito se debía a su talento o a la suerte. Todos conocemos la historia de Rowling y su alter ego Robert Galbraith. Hay cierta ilusión en «empezar de nuevo», regresar al comienzo e intentar entender si es replicable, estratégico, lo que te llevó al éxito, o si se debió a una combinación de chorra y zeitgeist.

Bachman no vendía tanto como King, pero encontró su público, empezó a coger carrerilla y comenzaron a surgir las sospechas.

¡Por fin, una foto!

Presionado por rumores y secretismos, King decidió que debía darle una cara a Bachman, una fotito para la solapa de libros como La larga marcha o Maleficio, libros que hoy en día asociamos a King, pero que en su momento publicó como Bachman.

La persona real tras la foto es Richard Manuel, agente de seguros y amigo de Kirby McCauley, el agente literario de King. King quería a alguien que viviera lejos, en otro estado, para no ser de inmediato reconocible por la mayoría de sus lectores. Aun así, al pobre Richard Manuel sus amigos le preguntaban si sabía que había un tipo en New Hampshire que escribía libros y se le parecía un huevo.

El misterioso granjero de pollos

Bachman no era un autor cualquiera. Tenía una granja de pollos (¿o era de vacas? Encuentro referencias de todo tipo) y un rostro desfigurado por el cáncer. O eso, por lo menos, pensaba King. Estuvo vivito y coleando (aunque sufrió terribles desgracias personales, como la muerte de su hijo pequeño) y publicando novelas hasta que un tal Stephen P. Brown lo mató «de exposición» en el Washington Post, en 1985.

Como otros lectores de la época podrían asegurar, había algunas expresiones concretas en los libros de Bachman, ciertas formas de narrar, que se correspondían con King de modo evidente. Bibliotecario en Washington, Brown comenzó a investigar: encontró documentación en la Biblioteca del Congreso donde King aparecía como autor de una de las novelas de Bachman. Brown escribió a los editores de King contándoles lo que había hallado y les preguntó qué hacer al respecto. Dos semanas después, King, quien ya debía de estar harto de tanta sospecha (no solo era Brown quien había especulado sobre este tema), lo llamó por teléfono y le sugirió que escribiese un artículo con una revelación oficial, ofreciéndole una entrevista exclusiva. Como dijo Brown:

Poco a poco me di cuenta de que solo los había podido escribir un hombre y ese hombre no era Richard Bachman. Tenía que ser Stephen King, quien había llegado a describirse a sí mismo como «el equivalente literario de un Big Mac con acompañamiento de patatas», y que había llegado a convertirse en uno de los escritores vivos más populares de América.

La muerte del autor

Por desgracia, Bachman murió de manera trágica, de algo que se definió como «cáncer de pseudónimo: una forma rara de esquizonomia«. Brown lo mató, pero a nosotros nos quedará siempre el recuerdo de esta historia sobre un autor que escribía demasiado.

Y, por cierto, antes de que alguien en los comentarios haga el clásico comentario de «normal que escribiera tanto, con la de coca que se metía»… creo que no coincide. Si no me equivoco, King escribió sus novelas «bachmanianas» bastante antes de iniciar su peor época de excesos.

Aun (casi) sobrio, King soltaba páginas a ritmo supersónico.



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