¿Cuál es tu libro favorito de J. G. Ballard?
Esta es una pregunta que cualquier aficionado al fantástico debería hacerse antes de morir. ¡Así es: este va a ser otro de esos artículos in-dis-pen-sa-bles que marcarán qué libros tienes que haber leído para considerarte un lector en condiciones!
O tal vez no. Pero sigo pensando que es una buena pregunta. Hasta hace unos días mi respuesta era Noches de cocaína, pero me equivocaba. Aún no había leído Milagros de vida, su autobiografía.
Una obra extraordinaria y una vida nada ordinaria
Siempre me resulta fascinante leer autobiografías de autores (o biografías que se hacen pasar por autobiografías, como la magistral —valga la redundancia— The Master, de Colm Tóibín). Supongo que es porque soy escritora y reconozco la obsesión, la disciplina absurda, la manía de mirarlo todo bajo la lupa creativa. A lo mejor leer este tipo de libros hace que me sienta menos sola en este recorrido que a veces parece llevar a ninguna parte.
Pero hablábamos de Ballard, no de mi carrera repleta de tribulaciones y amor trepidante hacia el género fantástico y la escritura.
Ballard cuenta algunas de sus aventuras más especiales en este libro. Es este un gran libro de aventuras: a veces contadas con gran detalle y otras, pasadas por encima, casi de puntillas (en serio, ¿solo unas páginas sobre lo de vivir en Canadá entrenando para la RAF?). No hablo solo de los dos años que pasó en un campo de prisioneros japonés durante la Segunda Guerra Mundial (experiencia en la que se basó para escribir luego El imperio del sol), sino de todas las trastadas que llevaron a un hombre en apariencia tranquilo y normal a convertirse en el genio reverenciado del fantástico que es hoy.
Porque hubo unas cuantas trastadas.
¿Es Ballard para ti?
Cada vez encuentro con más frecuencia autores jóvenes de ciencia ficción o de fantástico que creen que son revolucionarios, duros, escalofriantes: que han inventado la rueda, pero que no han podido/querido leer a Ballard. Es una lástima: creo que los escritores debemos conocer los hombros de gigantes que pisoteamos. También es cierto que no quedan muchos libros suyos disponibles en nuestro idioma: ojalá Minotauro reedite esas versiones tan bonitas de Super-Cannes y de Milenio negro.
Creo que Crash es el único libro que no he podido terminar de James Graham Ballard. Y no lo digo porque, horrorizada y con el estómago revuelto, lo dejara en busca de pastos más cómodos, sino porque se me cayó detrás de la cabecera de la cama a media lectura, y no he tenido ganas ni valentía para recuperarlo. Me alegra saber que no soy solo yo. No es que yo sea una endeble literaria, ni mucho menos (he leído a Palahniuk, gente): es que Ballard sabe dar donde más duele y encuentra cosas escondidas bajo nuestra piel que estábamos intentando ocultar.
Dicho esto, encuentro seis razones principales por las que creo que cualquier lector (¡y/o escritor!) que guste del fantástico (y de la literatura en general) debería leer a Ballard. A lo mejor Crash no es para ti, pero probablemente te guste Rascacielos. O El mundo sumergido. O El imperio del sol.
Ese último no es de fantástico, pero no importa.
Seis razones muy serias para leer a Ballard
1. Ballard cruzó los límites de la ciencia ficción
No empezó escribiendo en ese género: él estaba enamorado de Joyce y de Kafka y de los pintores surrealistas, y mucho de su primer trabajo era de vanguardia, experimental. Luego descubrió las revistas de relatos ci-fi y cayó enamorado: ¡por fin un medio literario que se atrevía a diseccionar a la sociedad y a venderse a la vista, al alcance del pueblo! Pero le costaba colocar sus cuentos: en América, sobre todo, aún estaba la ci-fi muy atada a la space-opera más tradicional y Ballard era de todo menos tradicional.
La llegada posterior de editores como Michael Moorcock (Elric de Melniboné) y de los sesenta psicodélicos cambiaron mucho las cosas, pero encontró un poquito más de aceptación en la Gran Bretaña donde vivía (con sus peros, claro: aún era una sociedad muy conservadora y la guerra la había dejado algo deprimida) y sobre todo en Francia.
Esto le frustraba, porque los norteamericanos pagaban mejor: en EEUU le dieron mil dólares por su primer relato allí publicado en una revista más o menos grande; en Inglaterra después le pagaron tan solo cien libras como adelanto de su segunda novela, El mundo sumergido.
A todo esto: Victor Gollanz, jefazo de la casa editorial Gollanz, lo llevó a almorzar en Londres para celebrar la salida de El mundo sumergido, y le dijo que su libro estaba muy bien, pero que se lo había copiado todo a Conrad. Comían y bebían en un restaurante de moda; Ballard aún ni había leído a Joseph Conrad, y cuando miró la carta de precios que tenía delante en aquel espacio de acogida de la intelligentsia británica, se preguntó por qué no le daban el valor de su comida en mano, que igual le salía más a cuenta que la miseria de adelanto recibida.
Y esto nos lleva al punto 2.
2. Ballard no creía en el esnobismo literario
En parte era porque no podía sumarse a las fiestas y al pijerío literario (su esposa murió joven y él tenía tres niños en casa a los que cuidar), pero también era porque no tenía demasiado en común con los escritores de su época (aunque hizo buenas migas con Kingsley Amis y, más tarde, con Will Self e Iain Sinclair).
A Ballard le apasionaba la interdisciplinariedad: sus mejores amigos eran científicos y artistas de vanguardia. Él mismo tuvo una formación variopinta: estudió dos años de Medicina donde se dedicó a diseccionar cadáveres, luego un año de Literatura Inglesa, después fue copywriter y vendedor de enciclopedias, y después se largó a aprender a pilotar aviones con la RAF. Fue editor de una revista científica y nunca perdió su obsesión por lo tecnológico. Sus textos reflejan esa curiosidad ardiente; pero sobre toda su enfoque estaba en el campo de la psicología y la psiquiatría.
3. Organizó un concurso de relatos escritos bajo la influencia de las drogas
Y casi se metió en problemas con la ley: al fin y al cabo, estaba pidiendo a los participantes que consumieran sustancias (muchas ilegales) para escribir cuentos. Ni él mismo sabe cómo convenció a Martin Bax, el editor de la revista Ambit, para convocar este concurso, pero lo hizo.
Participaron escritores con textos creados bajo la influencia de todo tipo de combinación lisérgica, pero al final ganó una autora con un relato escrito bajo la influencia de la píldora anticonceptiva (al fin y al cabo, la palabra droga hace referencia a cualquier medicamento y ahí, supongo, está la gracia del asunto):
El doctor Bax y yo organizamos un concurso en Ambit en busca de la mejor prosa o poesía escrita bajo la influencia de drogas, y de ahí salió mucho material interesante. En general, el mejor estímulo fue el cannabis, aunque del LSD también salieron algunos textos buenos. De hecho, el mejor escrito fue el de Ann Quin, bajo la influencia de la píldora anticonceptiva.
4. Experimentó con sujetos reales antes de publicar Crash
Toda la experiencia alrededor de Crash es fascinante.
Ballard tenía la teoría de que había una relación visceral de sexualidad y poder entre el ser humano y los coches, como representaciones absolutas de la época del poder capitalista y el avance tecnológico. Reflejó esto en Crash y estoy segura de que razón tenía: el libro es extrañamente perturbador.
Pero antes de publicar su historia, Ballard quería saber si su teoría era cierta, así que organizó una exposición en una galería de arte, donde mostraba tres coches destruidos en accidentes y usaba a una azafata desnuda como anfitriona. Al saber mejor de qué iba el montaje, la mujer, que al principio había accedido sin problema, insistió en que solo lo haría topless. Ballard pensó que podía tener razón en esto de la incomodidad al relacionar coches, violencia y sexualidad.
Los asistentes a la galería, ignorantes de que todo era un gran experimento, se lo tomaron como una exposición seria, y la cosa no pudo acabar peor: los críticos ponían verde la instalación, los asistentes se mostraban muy nerviosos e incómodos, la exposición sufrió numerosos daños y la azafata acabó bastante turbada con toda la experiencia. Ballard, convencido de que su teoría daba en el clavo, publicó la obra. Fue, cuanto menos, polémica. Años después, Cronenberg hizo una adaptación bastante fiel al espíritu del libro y la reacción del público fue aún más agresiva.
Por cierto, Ballard sufrió un accidente de coche después de la salida de Crash. Pudo ser casualidad o tal vez, según su propia teoría, algún miedo terrible que se había liberado de su subconsciente. No en vano, hasta el protagonista de la novela se llamaba como él.
5. A pesar de su estilo y temáticas, era ante todo un hombre de familia
Y, a pesar de la dureza de sus libros y la crueldad del mundo moderno que mostraba, era un hombre optimista, enamorado pero a la vez temeroso de los cambios que trae la tecnología.
Creía en el declive de la ciencia ficción, y me da pena que muriese antes de poder ver la nueva oleada que ha llegado en los últimos años: la nueva vida que creo que insuflamos con un estudio más cercano de la tecnología del día a día (ahí está Black Mirror, todo un fenómeno cultural con su propio tono en ocasiones ballardiano) y con la proliferación de nuevos puntos de vista gracias a la pluma visible de más mujeres, autores LGTB+, grupos étnicos y experiencias vitales distintas a las que estamos acostumbrados. Por no hablar de que por fin empezamos a abrirnos más a experiencias del fantástico que no se limitan a la anglosfera.
Las posibilidades del fantástico eran el segundo amor de Ballard. El primero siempre fue su familia: su hijo y sus dos hijas; su esposa Mary y luego la que sería su pareja durante más de treinta años, Claire Walsh. Ballard habla en su biografía de sus primeras visitas a la Galería Nacional de Londres cuando joven: muchos años después descubrió que Claire, de niña, había estado recorriendo las mismas salas que él.
6. Daba consejos excelentes para escritores
Escribir una novela es uno de esos ritos iniciáticos modernos, creo, que nos llevan de un mundo inocente de satisfacción, ebriedad y buen humor a un estado crónico de ansiedad y a la revisión constante de nuestros extractos bancarios. Para cuando llega a la novela número dieciocho, uno tiene la sensación de haberse emparedado dentro de un nicho, un lugar de anidamiento para las palomas de otra persona. Yo no lo recomendaría.
Aunque aún no llevo dieciocho novelas, estoy bastante de acuerdo con esas palabras.
En resumen y conclusión y consecuencia
Sí, Ballard tiene sus fallos. Personalmente, siempre me ha costado su representación de personajes femeninos, ya que podía llevar al extremo la noción de mujer como objeto/fetiche, y es evidente que se siente más cómodo expresando todas sus nociones y manías a través de personajes masculinos. Esto, por otra parte, es extraño, porque toda su autobiografía está repleta del amor que sentía hacia las dos mujeres más importantes de su vida: un amor que parece lleno de respeto, admiración y verdadero compañerismo.
Aun así, leer a Ballard es leer sobre la condición humana, y pocos autores del fantástico han sabido expresarla de un modo tan doloroso, perturbador y catártico. Me quedo, sobre todo, con las palabras de Zadie Smith:
En la obra de Ballard siempre hay una mezcla de horror y entusiasmo futurista, un punto exacto donde la distopía y la utopía convergen. Porque no podemos decir que no hayamos conseguido aquello que soñabamos, aquello que siempre hemos deseado con tanta fuerza.
A lo mejor, como Zadie, debería reexaminar Crash. A lo mejor debería hacer el esfuerzo, mover la cama encajonada de la habitación diminuta que ahora uso como despacho y recuperar mi ejemplar, polvoriento y de saldo (curioso: aquí casi escribo salido).
En un mundo donde alguien me decía hace poco que sus películas favoritas eran de Gaspar Noé y Lars von Trier, me pregunto si Crash habrá perdido parte de su poder. ¿Seguirá siendo tan nihilista y alienante como lo recuerdo? ¿O tal vez, entre las páginas que me quedaban por leer, encuentre al Jim Ballard más optimista por algún lado, a ese que recorría las zonas más sórdidas de Shanghai en bicicleta, lleno de curiosidad inocente?
Sí, tal vez debería probar de nuevo.
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Más créditos: Foto de cabecera por Conor Samuel en Unsplash.