El comienzo es el de siempre.
Llega un señor mayor (o señora mayor, que en esto de los viajes iniciáticos ya cada vez hay más diversidad, por suerte) y me dice que en realidad soy la heredera del trono del mundo de Firisflán, y que solo yo puedo expulsar al malvadísimo rey usurpador que mató a mis padres biológicos y tomó el trono.
Esto no me sorprenderá en absoluto, claro, porque siempre he sabido que soy especial. Ya me lo decían en el cole y en mi casa (aunque el tono era algo sospechoso, como si usaran esa palabra entre comillas). No soy como las otras chicas. Sí, soy algo torpe (lo que siempre da para alguna escena cómica a la par que entrañable), y además soy rubia con los ojos grises, así que creo que doy el pego.
También tengo 41 años, así que igual estoy ya algo mayor para ir recuperando tronos de forma princesil, pero ya lidiaremos con eso más adelante.
Yo lo único que quiero es asegurarme de que mi trama mesiánica incluya una serie de elementos. Quiero decir, si voy a dejar mi casa y mi familia (que por lo visto es adoptiva, algo sorprendente teniendo en cuenta que tengo la misma mismita cara de mi madre y el mismo mismito humor estúpido de mi padre), más me vale que merezca la pena. Y a ver cómo le explico a mi pareja y coautor todo esto del príncipe del reino enemigo que ha jurado destruir a mi gente, pero que me hace ojitos de cordero degollado cada vez que nos enfrentamos en singular combate (sí, ahora sé usar una espada, me lo enseñaron en un montaje muy bonito de entrenamiento de unos cinco minutos).
Así que solicito amablemente esto de mi viaje del héroe, atención:
1. Un dragón
O sea, es que si no hay dragones ni salgo de la cama. La única manera de que el príncipe-interés-amoroso me resulte lejanamente atractivo es 1) si al final se revela que es una princesa (no me digáis que eso no sería interesante) o 2) si al final se revela que se puede transformar en dragón. Mira, lo siento, querido novio-en-la-vida-real, escribes muy bien y matas personajes con una saña muy atractiva, pero no te puedes transformar en dragón. Algunas cosas son impepinables.
2. Un sistema sencillo de magia
Pues por supuesto que voy a tener poderes mágicos. Y nada de encerrarme en una torre o un colegio de magos durante ocho años para aprender artes oscuras de logomancia y herrería con tarot. Para empezar, por aquello de que tengo 41 años y ya tengo un título universitario, gracias. Yo quiero algo sencillito, como cuando sueño que abro las palmas de las manos y salen rayos. Sí, eso molaría un montón.
3. Una mascota monísima
Podría ser un dragón y así matamos varios pájaros de un tiro (mágico). Pero también podría ser una cabritilla con alas y seis patas. Yo lo dejo caer. Si puede lanzar rayos ella también, mejor que mejor. Y que su leche sea libre de lactosa, que si tenemos viaje a través del desierto, mejor algo de alimentación ligera. Podríamos hacer otro montaje de esos de cinco minutos en los que aprendo a hacer queso, yogur, kefir y hasta pasta de dientes.
4. Un vestuario espectacular
Con esto de que soy la buena (¿soy la buena, verdad?) me temo que me voy a perder lo mejor. Yo pensaba en algo que fuera un cruce así entre la Maléfica de Angelina Jolie y la Hela de Cate Blanchett, con un toque de Cruella de Vil en sus mejores momentos, pero tendré que asumir que no me van a dar estilismo de villana y tendré que conformarme con CUALQUIER COSA QUE NO SEA ESE VESTIDO AMARILLO DE LA BELLA Y LA BESTIA.
Si me vais a dar un vestuario cuqui en rosas y volantes, por lo menos que sea cómodo. Como mínimo, exijo que el encaje de tonos pastel lleve unas Converse a juego. Y los corsés me gustan, pero solo para la escena obligatoria de baile con el príncipe-dragón. Es muy importante que se pueda aflojar con facilidad para la cena pantagruélica posterior, esa que nos ponen justo antes de que suenen las campanadas de medianoche y mi carruaje se transforme en sandía.
5. Un arma efectiva
Los nunchakus y las estrellas esas afiladas que se lanzan son chulos de ver, pero a mí dadme algo práctico. Ya he mencionado las manos que lanzan rayos y mi nueva habilidad supersónica en esgrima, pero si tengo que depender de alguna herramienta, quiero una en condiciones. Una pistola láser de colorines; un anillo único (aunque luego toque ir a alguna clínica de desintoxicación para dejarlo); un báculo bendecido por los mejores dioses.
Y si esta historia es de las más «tradicionales» y se niegan a darme armas por aquello de ser mujer, qué mínimo que concederme una belleza esplendorosa que ciegue y distraiga a los malos mientras mi mascota monísima los abrasa con su fuego infernal, sus garras afiladas o su saliva ultravenenosa llena de pinchos. Lo mono no está reñido con lo letal, y si no mirad a cualquier gato que os enseñe la tripita.
6. Una banda sonora excelente
No, no es necesario que traigáis a Elton John al piano, y sé que secuestrar a Radiohead para que me haga un disco igual es excesivo (e ilegal), pero ¿podríamos pillar a Johnny Greenwood al menos? Que si hay que tener candelabros y focas bailarinas en un gran momento musical a lo flash-mob en el momento álgido de autodescubrimiento de la prota, lo tenemos. Pero solo pido que cante… no sé… Nick Cave o Florence Welch. Ya veis que mis exigencias son razonables.
A quién quiero engañar: los de marketing y producción me dirán que mis propuestas son «demasiado deprimentes y raras», que «no las entienden» o que «no encajan con el público objetivo» (básicamente lo que me suelen decir las editoriales, así que por lo menos tengo práctica). Al final habrá un tema de Adele que sonará idéntico a otros temas de Adele, fingiremos que soy yo la que canta (rodeada de pajaritos y cervatillos y fregonas animadas) y ya puedo dar gracias.
7. Un final feliz
Sé que toda buena historia nos engancha precisamente por las situaciones tan terribles en las que vemos a su protagonista. Y si hay que sufrir, se sufre, pero para sufrir una y otra vez y que la cosa no acabe ya está la vida real.
Como escritora, me encantan los finales ambiguos o directamente chungos. Pero como protagonista de una historia campbelliana[1], exijo que mi sufrimiento tenga su recompensa. Si tengo que casarme con el príncipe-princesa-dragón, se puede hablar, que para eso están las relaciones abiertas, y seguro que mi pareja lo acepta en cuanto vea la montaña de dinero y poder que sin duda recibiré al final de esta historia. Creo que podría tener algún problema con lo de heredar un reino, por aquello de no ser monárquica, pero como este es un final feliz, seguro que llegaríamos a algún acuerdo para que alguien totalmente válido se dedicara a gobernar como presidente electo, mientras yo disfruto de la fortuna y prestigio que se llevan todos los reyes jubilados del mundo real (¡todos!).
Ningún final es feliz del todo, claro. Como dice una de mis citas literarias favoritas (de Bruno, en La cosecha de Samhein), «no existen los finales felices. Al final, todos mueren«. Y yo no soy muy aficionada a las perdices.
Pero mejor morirse de vieja rodeada de gloria y fortuna en un reino utópico, digo yo.
Ese sería un final feliz muy excelente. Y es que, como podéis ver, tampoco pido tanto a mi arco narrativo principal.
¿Qué le pedís al vuestro?
[1]Este es un juego magnífico de palabras, ya que puede referirse a que es mi historia (al llamarme Gabriella Campbell) o a que es una historia que sigue el viaje del héroe, un concepto que muchos conocemos por el trabajo de Joseph Campbell en su libro El héroe de las mil caras. Por si no lo habíais pillado.
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Créditos:
Imagen de portada: Hero, de Bulat Silvia, (Getty Images). Usada con licencia de Canva Pro.
Me divirtió mucho tu texto. Una octava cosa que podrías pedir sería algún control remoto, bueno, uno manual y cercano (algo con forma de botella de vodka miniatura) para cambiar de sexo, especie y género según la situación lo amerite. Para evitarte incorrecciones políticas en tu viaje. Saludos.
¿Especie también? Eso me interesa, que siempre he querido ser gato, aunque fuera un ratito, jeje.
Un medio de transporte cómodo, por el amor de dios. Ya basta de viajes a pie por montañas heladas donde no pasa ni un miserable bus interurbano. Seguro que a los herederos al trono de Inglaterra no les hacen viajar por páramos desolados con un par de botas gastadas.
No, no. Un vehículo todoterreno, un dragón que me lleve en sus lomos (máximo estilo, convengamos) o por último que Frodo Bolsón me arriende a Sam para el viaje: el muchacho se ve fuertecito y seguro puede cargarme.
¡Cuánta razón!