Exhalación, de Ted Chiang. Ciencia ficción con corazón

Durante mucho tiempo Ted Chiang fue un secreto, un nombre que mencionábamos con entusiasmo en algunos reductos frikis.

«¿Has leído los cuentos de La historia de tu vida? —preguntábamos y otros negaban con la cabeza—. No sabes lo que te estás perdiendo —insistíamos—. Es como… es hard, sí. Pero tiene corazón».

Creo que jugaba en su contra la cubierta que usó en su momento Bibliópolis (ahora Alamut), en la edición inicial de sus cuentos. Como todo lo que hace Alejandro Terán, a mí me entusiasmaba, pero no debía de comunicar muy bien a su público lector lo que era aquello: una recopilación de relatos especulativos de índole científica.

exhalación

Y apareció la película, Llegada, y todo cambió. Ted Chiang se hizo mainstream y Barack Obama de repente le hacía los blurbs y una se siente como cuando ese grupo de música que solo tú conocías se hace grande de golpe. Por un lado, te emociona poder compartir tu devoción con tantas personas, pero por otro es una lata porque tienes que compartir tu devoción (eso que te hacía especial) con tantas personas. Alamut cambió la portada que tanto me gustaba de Terán y acabó sacando una edición con una cubierta basada en la película. Fueron decisiones lógicas (e imagino que efectivas), pero estas cosas la atacan a una en su frikerío.

Dicho esto, no puedo dejar de pensar en la cantidad grande de personas que habrá comprado La historia de tu vida por la película y que haya abandonado el libro con el ceño fruncido. Porque sí, el relato que da vida a la peli es grandioso, pero también es más complicado y más complejo en el libro. La película hace lo que Villeneuve sabe hacer bastante bien: coger textos complejos y llevarlos al gran público de un modo más masticable. No me imagino a un lector que apenas ha tocado ciencia ficción disfrutando tanto de Comprende (otro de mis relatos favoritos de Chiang) en el recopilatorio La historia de tu vida.

Una advertencia

Lo que viene a continuación contiene algunos pequeños spoilers. No hay nada grande, ninguna revelación que os vaya a estropear la experiencia de lectura de Exhalación, el segundo recopilatorio de relatos de Chiang, pero tal vez este análisis sea más efectivo para personas que ya hayan disfrutado del libro. Si sois, como yo, de esas personas que tras terminar una obra que os gusta, vais corriendo a ver qué dicen otros para ampliar vuestra percepción, este artículo es ideal.

Si sois de los que queréis tener alguna información sobre un libro antes de leerlo (pero nada que os vaya a chafar las mejores sorpresas), este artículo también os sirve.

Los relatos de Exhalación

¿Recordáis el relato La historia de tu vida (o tal vez la película)? Lo más bonito y estremecedor de esa historia vuelve a aparecer en el primer relato de Exhalación, El comerciante y la puerta del alquimista. Chiang vuelve a utilizar el recurso de los viajes en el tiempo para examinar cuestiones de determinismo, para preguntarse por ese problema narrativo constante que es la paradoja temporal, pero sobre todo lo utiliza para reflexionar sobre el amor y las relaciones humanas.

Y eso último es de lo que va todo este artículo. Podéis hasta dejar de leer aquí, si queréis. Lo que sigue es un análisis algo enfermizo de los temas y motivos de Chiang.

En el último relato repite la jugada (qué conveniente que Chiang abre y cierra con un tema que, en el fondo, es el mismo, en otro gámbito especular). En La ansiedad es el vértigo de la libertad, el autor hace uso de otro fenómeno recurrente en la ci-fi (el de los universos paralelos formados por divergencias en nuestras vidas y decisiones) para meditar sobre la importante del afecto y de la moral. Chiang está en su mejor momento cuando usa el trasfondo de lo especulativo para analizar la esencia de lo que significa ser humano.

Chiang es, para mí, un romántico en el mejor sentido de la palabra: disfraza de términos y entornos científicos algunas de las preguntas más cálidas, como: ¿qué es el amor y cómo funciona? En El comerciante y la puerta del alquimista lo disfraza de cuento a lo Mil y una noches, o tal vez de palimpsesto cervantino, con una voz amable que narra lo que le han narrado (mientras cuenta, en realidad, su propia historia). El cuento se entreteje de una manera agradable: no llegamos a profundizar realmente en los personajes, que a veces parecen más arquetipos de cuento que personas de verdad, pero esa sensación al final se desvanece de golpe: la conclusión del relato humaniza el proceso de un modo hermosísimo.

Especulación y estilo frente a trama y emotividad

Si bien da título al libro, Exhalación no es el relato estrella del recopilatorio. No solo por su brevedad, sino porque presta más atención a lo especulativo que al sentimiento, al trasfondo que a lo humano. Este tipo de cuentos funcionan como ejercicios de estilo y de ideas: la imagen de una criatura humanoide (igual que nosotros, pero hecho de elementos metálicos casi steampunk) que opera sobre su propio cerebro es una maravilla espeluznante, pero el concepto más elevado de nuestra mortalidad como especie nos resulta más lejano, no es algo que de entrada nos estremezca.

En este relato (y también en Lo que se espera de nosotros), las obsesiones de Chiang son monstruos más a lo Lovecraft: grandes y terribles, monstruos filosóficos. Como los de Lovecraft, producen angustia existencial y su descripción es detallista, a veces preciosa. Del mismo modo, el terror de la ausencia de sentido se adueña de aquellos que descubren que no son el centro del universo en Ónfalo. Pero es en relatos como El ciclo de vida de los elementos de software —porque los personajes se desarrollan y son reconocibles, íntimos— donde los monstruos de Chiang son más como los de Stephen King: terriblemente cercanos.

Ética y responsabilidad con nuestros muñequitos

En El ciclo de vida de los elementos de software, Chiang presenta la misma pregunta incómoda que ofrece Kazuo Ishiguro en Klara y el Sol: ¿tenemos la ética y responsabilidad necesarias para la creación de una nueva inteligencia?

Frente a una ciencia ficción tradicional donde se analizan los terrores de una rebelión de las máquinas, una inteligencia artificial que se vuelve en nuestra contra, Ishiguro y Chiang se preguntan si tenemos lo que hay que tener para tratar con estas inteligencias en su infancia, para criarlas y asumir cuestiones tan humanas como la autodeterminación y la dignidad. ¿Estamos preparados para lidiar con nuevas inteligencias que han de aprender, también, mediante experiencias negativas? Las cuestiones que plantea este relato son desasosegantes y nos enfrentan también (al igual que Kentukis, de Samanta Schweblin) a la incómoda realidad de los usos que se pueden dar a creaciones artificiales que están relacionados con nosotros de manera íntima.

Como alguien que se siente incómoda simplemente matando bichos virtuales en un videojuego (y arrasando ciudades enemigas, por muy nuclear que se me ponga Gandhi en el Civ), este tipo de narrativa es especialmente acongojante (y algo acojonante también).

(Y con nuestros hijos)

Otro hilo recurrente en la literatura de Chiang es el de las relaciones entre padres e hijos. Esto puede formar parte de su especulación científica sobre educación y relaciones socioafectivas, como en La niñera automática, patentada por Dacey (y en la propia El ciclo de vida de los elementos de software) o llegar a un nivel más hondo de emotividad, como en La verdad del hecho, la verdad del sentimiento o la celebrada La historia de tu vida.

En La niñera automática no nos descubre nada nuevo (que es necesario que los niños sean queridos por sus padres desde bebés para un desarrollo físico, intelectual y emocional adecuado), pero siempre son interesantes los relatos históricos en los que se escarba en la mentalidad de una época, como en esa afición pintoresca por los artilugios victorianos. Su aire steampunk, con las referencias a Babbage y a un «motor de enseñanza», hace inevitable la comparación con el Manual ilustrado para jovencitas de Neal Stephenson, aunque ambos toman la noción de una enseñanza desapegada y científica y la llevan a terrenos muy distintos.

De cualquier modo, parece algo injusto juzgar La niñera automática en este recopilatorio de Exhalación, teniendo en cuenta que inicialmente se concibió como engranaje del gabinete de curiosidades recopilado por Ann y Jeff Vandermeer, anfitriones del weird por excelencia.


En Exhalación, todo lo que recuerdas no es real

La memoria es otro de esos temas que recurren en la cifi contemporánea y Chiang le da unas vueltas en La verdad del hecho, la verdad del sentimiento, haciendo un contraste a lo Vonnegut entre sociedades actuales (o de ese «futuro de dentro de quince minutos» que diría el escritor mexicano BEF) y tribus preliterarias. Este contraste se produce también, en cierto modo, entre el acercamiento al lenguaje de los loros de El gran silencio y la comunicación humana.

Estés de acuerdo o no con las conclusiones del narrador, que se enfrenta a las posibilidades de una tecnología de «memoria completa» (¿recordáis el escalofriante episodio Toda tu historia, de Black Mirror?), es fascinante cómo combina conceptos como la escasa fiabilidad de la memoria con las consecuencias sociales de tecnologías que ya damos por sentado, como la escritura o incluso la imprenta.

Si vamos a hablar de los engaños de la memoria y de cómo creamos narrativas personales para dar sentido a nuestra vida, yo recomiendo siempre la impresionante obra de Julian Barnes El sentido de un final. En mi opinión, Chiang no termina de conseguir en La verdad del hecho, la verdad del sentimiento un relato redondo: creo que intenta atacar demasiados temas a la vez y el recurso de la metahistoria (una ficción dentro de una ficción) no le termina de salir tan bien como en El comerciante y la puerta del alquimista. No obstante, ofrece como siempre ideas de sobra para masticar, sobre todo en una cultura donde ya estamos grabándolo todo. Nuestros selfies y fotos de comida ya nos están haciendo de álbum de recuerdos constantes (y Google Photos no hace más que enseñarme imágenes de un gato que ya no está conmigo; te odio, Google Photos).

¿Qué nos impide, en el futuro, usar todas esas grabaciones en lugar de nuestra propia memoria?

Cuentos basados en teorías reales / Cuentos para soportar la realidad

Ya había oído de la existencia de Alex, el loro adiestrado por Irene Pepperberg durante más de veinte años. En El gran silencio, Chiang se apoya en los resultados de Pepperberg para contrastar dos clases de comunicación: aquella que deseamos establecer con una posible vida extraterrestre (algo que lleva más allá en La historia de tu vida) y aquella a la que parece que damos menos importancia: la posibilidad de comunicarnos y entendernos con otras especies sobre nuestro planeta. Como los camellos del Mundodisco (que Pratchett definía como grandes matemáticos), los loros no consiguen comunicar su inteligencia y curiosidad a sus congéneres humanos.

No contento con una especulación meramente científica, Chiang se adentra también en las filosofías más humanas y en la búsqueda de sentido y propósito, sobre todo en cómo se relaciona esto con la religión. Como también hace en Exhalación, en Ónfalo Chiang nos presenta un mundo limitado, un mundo como el nuestro, pero con una finitud mucho más evidente.

En Exhalación, lo finito es el aire; en Ónfalo lo finito es el tiempo: en el mundo de Ónfalo los creacionistas tienen evidencia científica y se encuentran momias y fósiles que demuestran que la existencia de la vida sobre la Tierra se mide en miles de años, no en millones: que esta ha sido creada de la nada por una entidad superior, supuestamente benévola. ¿Pero y si esa seguridad, esa fe en una divinidad creadora que forma arquetipos de la nada, se pusiera en duda por nuevos descubrimientos astronómicos?

Señores, hemos descubierto un planeta con forma de culo. Es evidente que los dioses a los que hemos adorado todo este tiempo tienen un sentido del humor muy infantil y deberíamos pasarnos al ateísmo de inmediato.

Chiang se basa en perspectivas cercanas al nihilismo positivo: si los fundamentos que creíamos inamovibles comienzan a moverse, si no existen las verdades trascendentales, somos realmente libres para tomar nuestras propias decisiones. Este canto a la autonomía es una inversión a Lo que se espera de nosotros y a El comerciante y la puerta del alquimista, donde los protagonistas deben enfrentarse al determinismo. Analiza así Chiang dos caras de una sola moneda filosófica tradicional: ¿existe el libre albedrío? Esta pregunta queda superada por La ansiedad es el vértigo de la libertad, donde lo que el autor plantea más bien es: ¿somos capaces de hacer lo correcto, aun en situaciones —de impacto filosófico tremendo— donde esto parecería fútil?

La pregunta final

La ciencia ficción se preocupa por ofrecer respuestas, pero yo creo que la buena ciencia ficción es la que hace las mejores preguntas. Las preguntas de Chiang son muchas y punzantes. Como seres humanos, ¿cómo nos enfrentamos a la posibilidad de que nuestra existencia no tenga sentido, que no encaje en esos patrones narrativos que usa nuestro cerebro como mecanismo de comprensión (¡y de defensa!)?

Tal vez Chiang esté obsesionado con eso: con los recursos con los que contamos para lidiar con la realidad (la memoria, el habla, la escritura, las nuevas tecnologías, la religión, la ciencia). Pero también hay una corriente moral muy poderosa en su obra: el contexto de la tecnología a veces solo es una excusa para hablar de cómo nos definen nuestras acciones.

Creo que era el bloguero James Altucher quien decía que prefería leer libros que lo hicieran sentirse un poco más listo de lo que era.

Espero que la acción de leer a Chiang me defina como una persona más curiosa, más generosa y tal vez —solo tal vez— un poquito más inteligente.



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Créditos:

  • Imagen de cabecera, Gabriella Campbell
  • Cubierta de La historia de tu vida, de Alejandro Terán y Alamut
  • Foto de personas que debaten sobre la existencia de dioses gilipollas de Antenna en Unsplash

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