Obertura: El final de Sandman

¿Cómo se atreve uno a entrar en el universo de Sandman? Es un poco como atreverse a hablar del Mundodisco, o tal vez, del multiconglomerado narrativo que es Marvel.

Alguien tiene que hacerlo, Gabriella. O no. Lo ha hecho mucha gente, ya, ¿verdad? Creo que tal vez merece la pena hablar aquí de Sandman si uno solo de nuestros lectores no se ha encontrado aún con el mundo de los Eternos (los de Vértigo, ojo, no los de Marvel, que son otra cosa que salen en los cines y te cuestan entre cinco y doce euros por experiencia).

Antes de seguir hablando, va por delante un aviso necesario: si no has leído Obertura (o si no has leído nada de Sandman, en general), no te preocupes. No voy a destriparte nada. Voy a intentar lo imposible: transmitir mi entusiasmo por la obra sin tener que desvelar ninguno de sus giros narrativos.

Los líos de Gaiman

He estado evitando hablar de esta experiencia lectora. La mente de Gaiman es enrevesada (algo que juega a su favor y en su contra) y hay veces que no sé si hay algo que no he entendido porque mi cerebro no da para tanto (una justificación que acabo usando cada vez más), si porque Gaiman lo hace todo innecesariamente complicado o si es que él mismo no tiene claro lo que está haciendo, si usa explicaciones débiles para los líos y nudos narrativos que crea.

Esto no solo ocurre en Sandman, American Gods es otro buen ejemplo. Es la razón por la que este libro es amado por muchos, pero también despreciado por otros. American Gods es un universo riquísimo, tan lleno de detalles que a veces nos olvidamos de que, a ratos, la historia no va a ninguna parte; de que hay tantos hilos sueltos que Gaiman prefiere olvidar, o que no sabe explicar (o que, de nuevo, yo no tengo la capacidad intelectual de aprehender).

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Con Overture tomé notas. Muuuuchas notas.

Me contaba José Antonio (Cotrina) que se sintió algo decepcionado cuando leyó a Nathaniel Hawthorne y a otros autores que influyeron a Gaiman, porque se dio cuenta de que algunas de esas cosas de Sandman que le parecían originales y especiales eran adaptaciones y reinterpretaciones, esos préstamos artísticos que usamos todos los escritores.

Pero Cotrina era joven aún y cuando somos jóvenes damos mucha importancia a eso de la originalidad; tenemos miedo de que por la noche venga el hombre del saco. En nuestra mente, ese hombre del saco viene a robarnos nuestros sueños preciados y convertirlos en éxitos literarios de los cuales nosotros no obtendremos ni un céntimo, ni un ápice de reconocimiento. Cuando maduramos y avanzamos en nuestras pesquisas literarias, nos damos cuenta de la importancia de la influencia, del préstamo (no plagio, no confundamos una cosa con otra) y empezamos a apreciar más a autores como Gaiman, con una capacidad magistral de coger lo mejor de cada sitio y darle una forma bulliciosa y brillante.

Tal vez ese cúmulo de bullicio y brillo es lo que lo lleva a ese fluir desordenado y exceso de ideas, ideas que a veces se quedan demasiado confusas.

Creeréis que estoy haciendo una crítica al trabajo de Gaiman, que todo esto lo digo como algo malo. La cosa es que no, que no lo veo como algo malo. Personalmente, estoy dispuesta a sumergirme en el caos.

Sobre todo cuando relees sus obras y te das cuenta de que sí, de que hay agujeros de guion, pequeñas incoherencias y complicaciones innecesarias, pero ese caos no era tal: solo era necesario volver a empezar desde el principio y pillar todos los detalles que antes —cuando aún no conocías el final— se te habían escapado.

The Sandman: Overture, un broche circular

Abrí las páginas de Overture (aquí traducido como Sandman: Obertura) con un poco de miedo. Hace mucho, mucho, que no me adentro en ese universo. Leí los primeros tomos de Sandman en la universidad* y fui releyendo y adquiriendo más tomos (comprados o regalados) a lo largo de los años. Gracias a Sandman descubrí otro de mis cómics favoritos: Lucifer, y tengo la intención desde hace siglos de completar de algún modo mi escasa colección de Los libros de la magia; y tal vez —solo tal vez— terminarme algún día Hellblazer y los cómics de La Cosa del Pantano de Alan Moore. Es lo malo del mundo del cómic: puedes caer en agujeros negros de creación extraordinaria.

Habían pasado años, sí, desde que me había encontrado con Morfeo. Recordaba el final de Sandman: un final que muestra un círculo en la historia. Pero a ese círculo le faltaba una pieza. Cuando comenzamos la serie inicial, su protagonista (Morfeo, el señor del sueño), ha sido capturado, víctima de una invocación mágica que pretendía atrapar a su hermana, Muerte. Y ahí arranca una serie de aventuras que dan lugar al cómic que marcó a toda una generación de escritores y viñetistas. Pero sabemos que Morfeo pudo ser atrapado porque estaba agotado, porque regresaba de un evento que lo había exprimido por completo.

¿Y cuál fue ese evento? Eso es lo que nos narra Gaiman en Overture.

Las precuelas no siempre son buenas (pero esta sí lo es)

El problema de la mayoría de las precuelas (y es el mismo problema que tienen tantas secuelas) es que no suelen ser parte de la ideación original del autor. Suelen ser algo que se les ocurre luego a los escritores, un añadido destinado a contentar a fans insaciables (o, en muchos casos, a bolsillos insaciables). Se hace encaje de bolillos, se mete mucho fanservice y se adapta una historietita mediocre al universo ya creado.

Pero este no es el caso. Gaiman no solo ha creado una historia que sirve para cerrar el círculo (una historia que es, además, un círculo en sí misma), sino que la ha hecho interesante. Liosa a veces, sí, y desde luego no la recomiendo para aquellos que no hayan leído aún la serie de Sandman. Aunque es la precuela (básicamente porque los hechos narrados ocurren antes de que arranque Sandman, cronológicamente hablando, si es que hablar cronológicamente es posible en una historia donde el tiempo es algo maleable y flexible), presupone que el lector conoce a los personajes y, de hecho, diría que es muy difícil entender nada si no es así.

Si quieres empezar a leer Sandman, recomendaría que comenzaras por el primer tomo de la serie clásica, que arrancó en EEUU en 1989, Preludios y nocturnos. Puedes coger Obertura cuando hayas terminado el último tomo de esa serie, El velatorio, o tras el especial Noches eternas, que nos cuenta más acerca de los hermanos de Morfeo, los ya mencionados Eternos. Aparte hay mil spin-offs y relatos sueltos, pero no son imprescindibles para la trama básica. En Hipertextual hay un mapa amplio de todos los libros incluidos en el universo, pero si buscas un orden de lectura rápido y sencillo, te interesará más este resumen en Momoko.

Pero hablemos de la trama, de la historia. La historia es, básicamente, un…

Nah, mejor no os lo cuento. Es mejor entrar in medias res, sin saber nada, enfrentarse al lío. Eso sí, es imprescindible que una vez termines el tomo, vuelvas a leerlo desde el principio. Solo así terminará de tener sentido y verás todas las pistas que Gaiman nos había colado de manera ingeniosa.

El arte, oh j****r, el arte

Yo ya no sé qué más se puede decir de J. H. Williams III. Justo venía de leer el primer volumen de Promethea y ya había flipado piruletas con la estética, pero es que Promethea, con todo su detalle, se queda corta frente al Williams aún más experimentado que juega con un Gaiman en el ápice de su carrera.

Cualquiera que haya leído algunas de las notas o guiones de Gaiman (que ha publicado en diferentes lugares a lo largo de los años) sabrá la libertad que ofrece a sus artistas. Habrá visto el diálogo constante que mantiene con ellos. Y eso se nota, vaya si se nota. El trabajo de Williams es a veces arriesgado, siempre efectivo y siempre en consonancia perfecta con los colores de Stewart, la rotulación discreta y estupenda (¡y translúcida!) de Todd Klein, y las cubiertas casi-expresionistas de Dave McKean. Lo glorioso del tomo (por lo menos en su versión original) es que incluye muchos extras: entrevistas, diseños, bocetos y más de una cubierta alternativa, incluyendo una de un artista multidisciplinar que personalmente me encanta: James Jean.

Un guiño nostálgico

Como ya apunté en redes sociales, dentro de todas las referencias y la metaficción de Gaiman encontramos también un guiño precioso a su colaborador y amigo Terry Pratchett, con quien escribió Buenos presagios.

Tal y como explicó la hija de Pratchett, Rhianna, en su familia usaban mucho la expresión «mind how you go» para desearse protección y buena ventura. Este dicho, que podríamos traducir por «ojo por dónde vas», «mira cómo vas», «cuídate» o, mi favorito, «tira por la sombra», aparece casi escondido en una esquina. Sale de boca de un personaje (Glory, del Primer Círculo) que tiene cierto parecido físico con el ya fallecido autor de Mundodisco.

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Tal vez os suene a vosotros la expresión de la dedicatoria en el último libro de Pratchett: La corona del pastor.

Una última razón de peso

Y si todo esto no os ha convencido para leer esta entrega del señor del sueño, diré una palabra más, una palabra importante: gato. Así es, uno de los protagonistas (y desde luego el personaje más interesante) es un gato así grandote, con una cola que termina en llamas.

Hay plantas carnívoras que sueñan, insectos que son matemáticos excelentes, una raza empeñada en destruir todo resto de vida para que nada interrumpa el estado meditativo de Dios. Hay peleas de matrimonio, historias de amor trágicas, canibalismo, estrellas que hablan y se vuelven locas.

Pero todo eso sabemos que no es importante. Lo importante es que sale un gato parlante, grande y con una cola terminada en llamas.





*Nota para los que os créeis, por mi aspecto juvenil y lozano, que eso fue hace poco: no, fue hace mucho.


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Créditos:

  • Todas las imágenes del cómic pertenecen a sus autores y la editorial, y se utilizan aquí con el fin de comentar, analizar y difundir la obra.

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